Ésta soy yo hablando conmigo misma. Si ahora mismo estás leyendo mis pensamientos, debes tener en cuenta que no son más que eso, ideas exclusivas de mi cabeza, que tienen su reflejo aquí. No intento comunicar nada al mundo, así que no hace falta que te preocupes por hacerlo tú tampoco.
Y sin nada más que decir, te doy la bienvenida a mis complicadas reflexiones. No te asustes si no me entiendes. Me ha pasado más veces.

lunes, 6 de febrero de 2012

C'est ta vie, fais ce que tu veux, tant pis


Me encanta la sensación de empezar un nuevo libro. Abrir con cuidado las tapas, dejar que las primeras hojas se deslicen entre mis dedos, pasar las páginas rápidamente para no desvelar ningún misterio, acariciar el relieve del título. La emoción de aún no saber nada, ni si hay amores, aventuras, amistades, tragedias, fantasías, ni si me reíré a carcajadas o lloraré amargamente; si cogeré mucho cariño a los personajes o por el contrario no llegarán a emocionarme, si se perderá alguien en la historia, si habrá giros inesperados... Si tendrá un final feliz o quizá una realidad indeseada se impondrá sobre mis esperanzas.

Acabo de empezar un libro, no hace mucho. Llevaba bastante tiempo apartada de la lectura, la rutina se había apoderado de mis aficiones y había acabado abandonando esos ratos de reflexión que antes tanto aprovechaba. De vez en cuando me leía algo que encontraba por ahí, pero nunca nada que me quitara horas y horas de pensamientos, de angustia o de emoción mientras no estaba leyéndolo, pensando en qué pasaría a continuación en la historia.

Realmente empezarme un libro es algo que me asusta un poco. Me da miedo, porque odio los que no tienen finales felices. Quizá es por las esperanzas tan ciegas y confiadas que deposito en los personajes y en el transcurso de la historia, y por lo mucho que me influyen sus ideas, sus emociones, sus descubrimientos. Por eso me duele tanto cada caída, cada decepción que leo, porque siento que yo también he caído y he fallado.

Inexplicablemente, a pesar de haberme resistido en un principio a aceptar el libro cuando llegó a mí, acabé contradiciendo mis negativas anteriores a leerlo; al fin y al cabo, un libro es un libro, y cuando tiene buena pinta una no puede resistirse, a pesar de saber que es muy posible que lo pase mal. Así que, animada por todos los cambios que había sufrido ese año gracias a tantas experiencias, y como tributo a mi nuevo yo, cogí el libro con ilusión y ganas y me tiré a la piscina.

Pocas sensaciones pueden compararse a la de abrir tu realidad a un nuevo mundo, completamente desconocido, del que no sabes nada. La ilusión por cada cosa nueva, la sorpresa de lo inesperado; ese cosquilleo en el estómago tan especial cuando pasa algo sin demasiada relevancia en la trama, pero que te hace verlo todo con otros ojos, y te saca una sonrisa involuntaria de repente.Te ilusiona cada página que pasas, cada nuevo capítulo, cada detalle que se va añadiendo y que va configurando en tu mente la forma de lo que será tu concepción del libro.

O las veces que no estás leyendo, volviendo a casa, en el metro, caminando por la calle, o al mirar por la ventana; cuando tu mente vuelve al libro una y otra vez, queriendo saber más, recordando pasajes especiales, palabras, descripciones, sensaciones que te han hecho pensar que todo era real. Me encanta ser consciente en esos momentos de lo mucho que estoy disfrutando de lo que va pasando, tanto que me hace ir sonriendo a la gente por la calle los lunes por la mañana y me tiene todo el día bailando por mi casa mientras me dejo la voz desgañitándome con canciones que, misteriosamente, parecen narrar en primera persona la historia que estoy viviendo. Llegados ya a este punto es cuando tomo la decisión de hablarle de lo maravilloso que es el libro a todo aquél con quien esté a cada momento, haciéndole famoso en poco tiempo entre mis conocidos.

Sólo que es cuestión de tiempo que la alegría permanente pase a ser perecedera, y los temores que me asaltaban al abrir el libro se ven confirmados cuando la trama empieza a regodearse en nuevas complicaciones como contraposición a la sencilla solución que yo veía para las que ya existían desde el inicio, y que hubiera resuelto el nudo en un abrir y cerrar de ojos. Cuando se abre la puerta a los problemas entran todos en comunidad, y al asomarse a un pozo es imposible ver el fondo. De modo que, como ya había supuesto yo en un principio que pasaría, me vi descubriendo nuevos impedimentos a cada página que pasaba, y el cúmulo de contrariedades formó una bola de nieve que empezó a descender por la montaña a pasos agigantados, trasladándome de la cima al pie en unas pocas y desagradables volteretas. Hasta que caí en que estaba de nuevo abajo del todo, y me impactó lo fácil que había sido desandar lo andado teniendo en cuenta lo mucho que me había costado subir. Me sentí desorientada, vagando por la nada sin saber qué hacer, sin entenderme a mí ni los anteriores soportes de mi vida, que tan fácilmente habían fallado; sumida en una crisis de valores y de objetivos personales de la que no me sentía capaz de salir.

Al final, la forma en que sigo adelante es volviendo a la realidad, las costumbres me hacen distraerme de mis preocupaciones y me obligan a relativizar mis problemas. La solución no está en que lo deje de leer, pues ahora que me lo planteo seriamente es cuando ya es demasiado tarde y no puedo volver atrás. En el fondo, me gusta demasiado este libro como para no abrirlo en todo el día, o no dedicarle un pensamiento cuando algo que me pasa tiene alguna relación con algo que he leído, o evitar seguir hablando de cómo me siento con respecto a él. Las esperanzas de que haya un final feliz han disminuido notablemente, pero no por ello han desaparecido ni creo que lo hagan nunca. Al fin y al cabo, es una de las características que nos definen como humanos: nunca renunciamos a una ilusión, aunque todo apunte a que es imposible. Seguimos adelante por nuestro sueño, con más ganas o con menos, a veces lo hacemos un poco a un lado, pero nunca lo abandonamos definitivamente. Y nos ayudamos con optimismo, y con una sonrisa que convenza a los demás y a nosotros nos dé seguridad, que diga "sí, sé que es difícil, pero no por ello dejaré de intentarlo".

Siempre volveré a sonreír aunque una simple frase dicha por él pueda hacerme caer de bruces. Él. Mi libro tiene los ojos oscuros, el pelo despeinado, una sonrisa insegura y otra alegre que cuando se solapan me obligan a sonreír también, quiera o no; gesticula mucho, escribe con pluma y baila para sus vecinos. Cuando está más nervioso repite todas sus coletillas y le bailan las muñecas, y se escuda en el sarcasmo para intentar decir todo lo que es difícil de expresar. Cuando me mira a los ojos y me sostiene la mirada, me resulta imposible leer lo que me dicen por demasiado tiempo, me da miedo lanzarme; y cada vez que le oigo decir mi nombre o buscarme por alguna parte, ciertos bichillos simpáticos y coloridos se dedican a hacerme cosquillas por el estómago...


- T'as dû rêver, ce n'était pas moi